osé Jerí es elegido nuevo presidente del Congreso 2025-2026

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Hace diez años me fui del Perú. Para ser exacto, ocurrió el miércoles 29 de julio de 2015, en plenas fiestas patrias. Ningún migrante olvida el día que partió, es casi una segunda fecha de nacimiento, porque cuando empiezas a radicar en un país que no es el tuyo pasa eso: renaces, te reinventas, te conviertes en otro (el mismo, sí, pero otro).

He dicho que «me fui del Perú» y no que vine a España, pues eso fue lo que sucedió. Me fui. Me largué. Desaparecí. Estaba harto de Lima, del ambiente en el que me movía, de mi estatus confortable, del individuo que yo era. Trabajaba en RPP, tenía un buen sueldo, un departamento, un auto y una novia. La estabilidad era solo una apariencia. Fue mi novia quien me salvó de convertirme en la versión más pálida de mí mismo cuando, en el otoño del 2014, me contó que quería irse a España a hacer una especialización médica. Recuerdo que al escucharla erguí las cejas en señal de inquietud y sorpresa. A continuación, me preguntó si me iría con ella. «Serían cuatro años nada más, luego podríamos…». «¡Sí!», la interrumpí. No tenía nada que meditar: no solo me interesaba proseguir nuestra relación, sino que era la oportunidad perfecta para huir. Quería, además, residir en un país remoto por primera vez en mi vida adulta. De chico había vivido un año y medio en Francia con mis padres, fuimos felices allá, pero esa fue una mudanza acordada por ellos, fue su plan. Y luego, cuando tuve veinte años, pasé doce meses estudiando en Estados Unidos, pero aquella fue una estancia académica con intermitencias, blindada por la certeza de que al cabo de ese tiempo volvería a Lima, a mi trinchera conocida, a mi vida de siempre, a las noches idénticas. Esta vez no. Esta vez era yo, al borde de los cuarenta, yéndome lejos por mi propia voluntad, decidido a emprender algo así como una segunda existencia, a tratar de cuajar una vocación literaria que, allá, en el Perú, estaba supeditada a los ritmos, a veces frenéticos, a veces pausados, de mi trabajo periodístico. Quería dejar atrás todo lo que me había hecho sentir seguro y afirmado, y despertar en mi cerebro nuevos terminales nerviosos. «Diario El Comercio. Todos los derechos reservados.»

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